jueves, 20 de febrero de 2014

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Y es que yo...
Me quedo callada. Miro a mi alrededor. Y aunque siento miedo no lo quiero decir. No quiero decir las mil locuras que pasan por mi mente, las miles de cosas que quiero hacer, gritar. ¿Qué hacer cuándo de repente todo lo que tenías desaparece? Sonreír y no hacer nada más.
Por qué...
Todo a tu alrededor parece perfecto. Sonríes de verdad, por que tienes un gran motivo para hacerlo. Da una vuelta a ti mismo. Y ya, no hay nada de lo que tenías antes. Un abrir y cerrar de ojos en lo que todo desaparece, y lo que te deja son los recuerdos. Empiezas ha encontrar todo vacío, que algo falla. Y quieres gritar. Pero no sabes que gritar.
¿Realmente mereció la pena acabar así? ¿Cuál fue tu error? ¿Qué es lo que hay en tu interior que no te deja respirar tranquilo? Es cómo si a tu alrededor hubiera uno y mil bichos qué te comen poco a poco, queriendo que te consumas. ¿Es así como quería acabar? Es lo único que eres capaz de preguntarte.
Vacío, todo está vacío. ¿Qué pasó con aquello que habías construido a tu alrededor?

Y es así como me siento. Vacía. Quiero huir lejos, desconectar, respirar tranquila. ¿Cómo huir cuándo todo el mundo te busca? ¿Cómo respirar tranquila cuándo tienes todo el peso sobre tus hombros? 
Sonreír. Es lo que queda. Pararte, y sonreír. Aunque no sea de verdad. Y convencerte a ti mismo de que todo está bien. 

Y después llega la noche. Llegan los sueños, que ayudan a no estar en tu realidad. Y ahí estoy.
Contigo.
Rozando el cielo con la yema de los dedos.
Y sonrío. Y es de verdad, no llevo ninguna máscara.
Pero la mañana llega y todo eso se va. Y vuelve el vacío.
Repaso mis fallos, mis errores, mis defectos. Y sin todo eso, hubiera sido otra cosa.

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