Ojalá pudiese poner mis pensamientos encadenados y entender por qué.
Por qué tengo tanto miedo.
Por qué sé que no soy suficiente.
Por qué creo que todos me odian, cuando realmente, soy yo la que me odio a mi misma.
Mi mayor enemiga, mi peor enemiga, soy yo. Nadie más.
Mil veces me recuerdo al día todo lo que hago mal, todo lo que hice mal, y todo lo que seguramente haga mal.
Mil veces me miro al espejo, tratando de ver una imagen diferente.
Mil veces pregunto donde está el error, para poder intentar arreglarlo, aunque nunca termino de hacerlo.
Me encantaría poder, poder con mis monstruos, me encantaría enterrarlos, callar a los demonios que se esconden en mis sombras.
Me encantaría callar a esa voz dentro de mi cabeza que me grita que no puedo, que nunca podré.
Me encantaría dejar de correr en sueños, y empezar a volar en la vida real.
Me encantaría perder el miedo.
Miedo a querer.
Miedo a arriesgar por poder perder.
Miedo.
Siempre se resume a miedo.
No se puede vivir con miedo,
Por que vivir, se vive arriesgando,
Pero para arriesgar tienes que ser valiente.
Y yo, yo dejé de ser valiente hace mucho tiempo.
Dejé de ser valiente cuando me di cuenta que en un mundo de actuaciones y máscaras, ser tú mismo no se valora.
Dejé de ser valiente cuando se rieron de mis intentos por llegar a aquello que tantas veces sueño.
Dejé de ser valiente a medida que veía como era el mundo en realidad; oscuro y frío.
Máscaras.
Actuaciones.
Puro teatro.
Y por ello vuelve el miedo,
Vuelve cuando encuentro algo real,
Algo que no es teatro, algo que no lleva máscaras.
Vuelve el miedo por perder ese trozo de realidad y es entonces cuando la protejo.
Es entonces cuando mi mente se vuelve mi mayor desastre.
Por perder ese trozo de realidad.
Por perder ese trozo de sueño.
Por perder lo poco que tengo.
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