Debemos admitirlo; querer a una persona, duele.
Pero duele un poquito menos cuando la ves sonreír, aunque tu no seas motivo de su sonrisa. Duele un poquito menos cuando está cerca y te puedes asegurar de que está bien. Duele un poquito menos cuando escuchas a lo lejos su risa, aunque de nuevo el motivo no seas tú.
Duelen menos. Pero duelen igual.
Dolieron, y se clavaron.
Y cuando ya creí haberlo olvidado, volvió a doler. Esta vez más hondo.
Y de nuevo tiene que doler todo lo ya mencionado. Pero es que querer a una persona, es tener dolor y placer al mismo tiempo. No lo entiendes, ni tampoco quieres, por que te gusta ese sentimiento aunque a la vez te encantaría salir corriendo y conocer mil personas más.
Aunque sabes que nunca conocerás a alguien como él.
Alguien que lucha tanto por lo que quiere, que tiene las ideas claras, que no sabe estar un día entero sin sonreír ni bromear, alguien que cuesta muchísimo que se enfade, alguien que finge estar bien solo para que los demás puedan estar bien, alguien que tiene miedo de crecer, alguien que puede pasarse horas haciendo lo que le gusta y le hace feliz sin cansarse, aunque se repita.
Alguien que es de verdad el mismo, sin importar lo que los demás piensen.
Alguien que puede luchar contra fuego y corriente.
Alguien que sonríe a pesar de estar todo perdido.
Recuerdo cuando se recostaba entre mis brazos, y dejaba que yo fuese la que lo protegiera. El mundo siempre fue demasiado grande para él.
Demasiado grande para sus negros ojos.
Demasiado grande para comprender que habían sonrisas y 'te quiero' que eran falsos.
Demasiado grande para alguien que intenta luchar por destacar, por demostrar todo lo que tiene detrás.
Demasiado grande para abrir sus alas.
martes, 18 de octubre de 2016
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario